Por Nicolo Gligo

El espejo del fútbol

El espejo del fútbol

El análisis de desarrollo del Campeonato Mundial de Fútbol nos lleva a hacer un parangón con lo que sucede mundialmente entre países y entre regiones. Lo que pasa con el fútbol es el espejo de la cancha planetaria donde los poderes explícitos de las grandes naciones y lo poderes fácticos trasnacionales y nacionales procuran controlar todos los movimientos del granado planetario. En el fútbol en alguna manera se copian estos poderes, sus jerarquías y sus resultados.

Partamos de la base. Las grandes ligas de los países europeos se nutren de los recursos, léase futbolistas, de la región de América Latina. Así como nuestros árboles o nuestros minerales parten en bruto hacia el norte para ser manipulados y transformados, así nuestros futbolistas, y algunos desde niños, son reclutados para alimentar el mercado de pases, las carteras de los grandes clubes y los beneficios de la FIFA. Es obvio que ellos están felices de entrar a la categoría de privilegiados por el valor agregado adquirido y por sus suculentos y escandalosos sueldos. Al igual que los que regulan los términos de intercambio, tienen que someterse a las reglas impuestas en el norte. Y de paso, sus condiciones innatas ayudan a levantar el nivel de los jugadores del país que los contrata. De esta forma, y sobre la base de la integración y utilización de nuestra materia prima, se arman los grandes negocios de los cuales, al igual que en la economía mundial, la integración del sur está supeditada a las reglas de juego impuestas por el norte.

Para que el sistema siga funcionando, debe concedérsele al sur organizar cada cierto tiempo un Campeonato Mundial, y Brasil fue elegido para el 2014. En el Campeonato reciente, los países del norte llevaron sus eficientes escuadras, pero en el deporte no hay poderes inamovibles y en el fútbol se nota. Inglaterra, Italia, España y Portugal no pasaron de la fase de grupos, Costa Rica le ganó a Grecia y Ghana empató con la fuerte Alemania. Más de un comentario argumentó que las causas de la eliminación de los poderosos países europeos fueron las condiciones de extremo calor y humedad. Además, no faltaron las estrategias de rumores y la guerra comunicacional que exageraban en demasía conflictos sociales de Brasil, que mostraban reiteradamente la incapacidad de este país para controlar sus movimientos de protestas, y que multiplicaban los rumores sobre corrupción en la construcción de sus estadios. Por otra parte, se utilizó el mordisco del uruguayo Luis Suárez al italiano Giorgio Chielini, para presentar el primitivismo del sur. ¿O es que se ha estado sembrando sibilinamente la idea de que los países de América Latina, y obviamente de otras regiones como África, no son aptos para organizar a futuro este tipo de eventos?

El fútbol es mucho más de lo que se puede apreciar en cada partido. Hay un tremendo negocio regido por una transnacional afincada en el norte, la FIFA, que mueve miles de millones de dólares. Los actos de corrupción no son infrecuentes, por lo que sorteos, asignaciones de árbitros, designación de sedes, horarios de partidos, se miran con desconfianza. No le gusta a la FIFA que pierdan sus favoritos, y si apoya a uno que no lo es, como el caso de Brasil (antes sí lo era), sólo lo hace por conveniencia económica para que llegue a una instancia mediana, y después deja su devenir para ser definido por fútbol honesto. Pero las riendas siempre están en manos de la FIFA.

América Latina se movilizó entera para apoyar y vitorear sus equipos. Sin embargo, hay que reconocer, no sin pena, que se sigue dando en la región claras muestras de desunión. El esquema norte-sur con que se aborda el comercio internacional, y en donde los países de la región son incapaces de unirse haciendo un frente común ante a organismos y bancos internacionales manejados por el norte, vuelve a asemejarse a lo que pasa en el fútbol. Es natural que el fútbol despierte simpatías, y adhesiones por uno u otro país. Pero parece ser que, al menos en nuestro país, no hay identificación con la región latinoamericana. Pude constatar que muchos compatriotas aplaudían las humillantes y penosas derrotas de Brasil ante Alemania y Holanda, por el solo hecho de que Brasil había eliminado a Chile. No se sentían perdedores si el derrotado era un país de América Latina. Pude percibir en muchos chilenos sus posiciones anti Argentina, y sus deseos de que perdiera frente a Holanda y Alemania. Primaron más los complejos históricos que el hecho de que nos representaban como latinoamericanos.

Más allá de los festejos, más allá de que en cuatro países latinoamericanos de honrosa participación los jugadores fueron recibidos como héroes, entendido esto como una efectiva catarsis de las frustraciones cotidianas, el Campeonato dejó un sabor amargo al entreverse que el fútbol es mucho más que un deporte, y que se ha convertido en un negocio cada vez más poderoso y cada vez menos transparente.

No obstante estos hechos, el fútbol siempre es el fútbol, con la pasión que provoca, la solidaridad y hermandad que desarrolla, la unidad que convoca en barrios, ciudades, países. El fútbol mueve multitudes (bien lo saben quienes organizan el negocio). El fútbol unifica (bien lo saben los líderes políticos).

Pero el fútbol como auténtico deporte es el amateur, es el de la cancha de tierra, es el del barrio. Es el que ayuda a la salud de la población; es el que aleja a la juventud del alcohol y de la droga. Ese fútbol es cada día más diferente al de las grandes ligas. Es necesario apoyar a ese fútbol puro, independientemente de que muchos de sus jugadores tengan como meta (a la que casi nadie llegará) ser un crack internacional. Urgen nuevas políticas de Estado que apoyen intensamente el desarrollo del deporte.

Además es indispensable, en la fraternidad amateur, humanizar al fútbol. Al menos en este Campeonato Mundial, lleno de manifestaciones mercantilistas y de señales confusas, rescatamos la acción de Argelia, que donó a los niños de la franja de Gaza lo que le correspondía como pago de su participación.

Nicolo Gligo es el Director del Centro de Análisis de Políticas Públicas del INAP.

Las opiniones vertidas en esta columna son de responsabilidad de su(s) autor(es) y no necesariamente representan al Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile.